Nuestros abuelos bajaban de los
barcos llegados de una Europa en guerra, de tiempos de miseria, de miedo, de
penurias y su paradigma les hablaba de ¨hacer la América¨ con esfuerzo. Sus
ojos habían visto pobreza, a veces pobreza extrema y aunque suponían aquí
muchas otras posibilidades, sus vivencias dieron paso a las creencias que
luego les permitían interpretar el mundo y desde esto, una forma de Ser y Estar
en él.
De allí que nos hemos
criado con frases tales como ¨Comé, comete todo el plato! O no sabés que hay
niños que mueren de hambre?¨ Y aunque nuestros abuelitos no vivan ya con
nosotros, la frase anida en nuestra mente como un resorte automático que no
da lugar a la reflexión de preguntas tales como: Qué tiene que ver que haya niños que se
mueran de hambre con que yo me coma todo el plato cuando ya estoy satisfecho
o no me gusta…. -más si este no me gusta es ocasional o selectivo de algún
alimento en particular habla sólo de mis preferencias -. En que contribuyo con aquel que no tiene si
yo me como toda la comida?
Qué ideal de solidaridad genera
en mí este concepto…? Más aún si yo ya tengo relleno de sobra… -Sí, sí, hablo de un par de kilos que para
mi salud son un extra innecesario-.
Decía, si ya estoy rellenita,
porqué el pájaro carpintero repica en mi cabeza: ¨Comete ¨todo el plato¨?
Y, siguiendo el hilo de las
preguntas reflexivas: ¿en qué estoy siendo solidario o generoso con la
pobreza de alguien si me como lo que le tocaba? ¿Qué pasaría si entonces,
pensándolo bien, comemos todo, todo lo necesario para vivir saludablemente,
cuando tenemos; y, desde esa salud compartimos recursos en forma de
donaciones o ayuda real para alguien más?
Hay como un fetiche en la
cocina de preparar alimentos de sobra, de servir exageradamente, de
acostumbrar la mirada al plato lleno.
¿Cuál sería el espacio de
Educación en Valores que nos daríamos como familia y como sociedad,
desactivando esa creencia?
Pensemos, qué tal, si cuando ya
estamos ¨llenos¨, pudiéramos decirnos a nosotros mismos o a los niños que
dependen de nosotros: qué suerte! Ya comí bien!! Estoy satisfecho!
No creés que pronto estarías
cocinando, comiendo o convidando simplemente lo necesario…? Y, recordando que
hay gente que muere de hambre, poner unos pesos en una alcancía que ahora no
se transformarán en sobrepeso. Además de qué tal vez, sólo tal vez, pensar de
este modo podría abaratar costos que se encarecen por que todo funciona desde
este paradigma de ¨morirse de hambre¨anclado en nuestro cerebro reptílico.
Operando en las sombras está el
miedo… Un miedo transferido culturalmente: miedo a morirse de hambre. Un
miedo que anida en la parte más primitiva del cerebro y que pretende, para
saciarse y asegurarse subsistencia, hacer acopio. La parte fantasiosa del
inconsciente plagada de información errónea, está operando para comer siempre
un bocado más por las dudas, haciéndole titánica la lucha a la consciencia
por dejar algo, porque está convencida de que es lo que debe hacer para
salvarnos la vida.
No somos gordos, gorditos,
grandotes, rellenitos por genética, sino por transferencia cultural.
La Neurocomunicación a través
de la PNL, propone la tesis de que los espacios que afectan nuestra conducta
se pueden programar o reprogramar desde las creencias que generamos y, junto
con la Medicina Germánica, la reinterpretación que hagamos de ellas hace a la
diferencia en la calidad de pensamiento… y Nuestra forma de Ser y Estar en el
mundo.
Esta es nuestra experiencia de
trabajar aportando en nuestro asesoramiento ideas sencillas para solucionar
problemas que parecen complejos. Los trastornos de la alimentación, provienen
de creencias inadecuadas y la conversación que armamos con ellas puede marcar
la diferencia.
Espero, siembre ideas nuevas
para compartir!
Feliz semana para todos!
Andrea Suárez Delle Donne
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